Un circo sin espectadores

santos
3 min readAug 23, 2023

Buscando en los archivos encontré esta nota que escribí hace casi un año (septiembre de 2022). Leída hoy, parece una profecía de lo que sucedió en las PASO. Era tan obvio que no lo quisimos ver.

Hace unos días, en su extensa editorial, Carlos Pagni comentó que cada vez más seguido en los focus group aparece gente angustiada con la situación del país que resalta la distancia que hay entre “la política” y “la gente”. A esta sensación, una señora la resumió con la frase que titula esta nota.

El alejamiento de la clase política (o la casta, como se puso de moda decirle durante la cuarentena) puede leerse en dos planos.

Por un lado, en el sentido más lineal de la frase que puede comprobarse día a día. No hace falta más que abrir el diario de hoy (viernes 23/9/22) para ver que mientras la economía pende de un hilo, los tres temas que ocupan a los políticos profesionales son: la regulación de las redes, la ampliación de la corte suprema y la posible suspensión de las PASO.

Aclaración: hoy por hoy toda (o casi toda) la clase política habla de temas alejados de “lajente” pero el principal responsable de esto es el oficialismo. Creo que cualquier otra fuerza que ocupe el gobierno en 2023 estará obligada (por convicción o por las circunstancias) a ocuparse de los problemas reales.

Es necesario que el gobierno, o quienes aspiren a ganar en 2023, retomen una agenda vinculada al día a día de los ciudadanos de a pie. Los votantes necesitan saber que el Estado está para ayudarlos, no para servir a un grupo de privilegiados que solo se preocupan por mantener su porción de poder sin mirar a los costados.

La sociedad no espera

El segundo punto de vista sobre el que puede leerse esta situación podría traducirse de esta manera: la política está cada vez más alejada en el sentido de que ya no funciona sobre la sociedad. Sus mandatos son cada día más desoídos y reemplazados por circuitos que le son ajenos y desconocidos. O en criollo, a la gente no le interesa lo que digan los políticos y ha decidido resolver sus problemas por su cuenta.

Las nuevas formas de relacionarse, apoyadas fuertemente en las tecnologías, están reemplazando a un Estado cada vez más conservador e incapaz. Cada vez son más los ejemplos de gente que trabaja para el exterior y que con una serie de maniobras logra hacerse de su plata sin pasar por el radar de la AFIP. O los casos de las apps de movilidad o delivery que solo piden un monotributo. Lo que se conoce como la “uberización” de la economía.

Es decir, a grandes rasgos, la aparición de algunas apps que matchean oferta con demanda sin pasar por ninguna ventanilla del Estado.

Podría decirse, entonces, que la pecera en la que pesca el Estado es cada vez más chica y que éste aparece como incapaz de hacerla crecer. Al contrario, más bien parece sentirse cómodo aunque ignora que está dejando crecer la semilla de su propia destrucción al menos en su versión clásica.

El Estado creció tanto para tapar sus propias debilidades que se volvió prácticamente inutil. Los propios profetas del Estado presente son los que lo están llevando a su ruina. Lo que antes hubiera sido tildada de herejía hoy es casi una demanda ineludible para la próxima administración: achiquen el Estado.

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